Entrevista al director Cristián Sánchez Garfias I Por: Juan Manuel Silva

Quisimos entrevistar al genial e inclasificable Cristián Sánchez Garfias, cineasta y escritor que ha sabido pensar a través de imágenes la lengua y el oído que se dan en Chile. Es autor de películas como El zapato chino (1979), Los deseos concebidos (1982), El otro round (1983). El cumplimiento del deseo (1985-1993), Cuídate del agua mansa (1995),  Cautiverio feliz (1998), Tiempos malos (2013) y  La promesa del retorno y Date una vuelta en el aire, ambas del 2020, entre otras cintas que se pueden encontrar online aquí. Hablamos de la visión, de lo mapuche, de la creación y el futuro.


1.     ¿Qué tiene para decirnos a los chilenos el imaginario, la cultura y las creencias mapuche?

La cultura y la cosmovisión reche, que significa hombre de palabra o de verdad, tal como sostiene Guillaume Boccara en su magnífico libro, Los vencedores, está determinada, como se sabe, por un conjunto de creencias mágicas solidarias de la primigenia organización nómada que sostiene al mundo reche. Y a pesar de los incesantes procesos de transculturación que desembocarán en la sociedad mapuche actual y más allá de la sustitución de su sistema de creencias, persiste, en regiones más profundas, refractarias a los cambios históricos, persiste, o mejor, resiste un “acontecimiento” que podemos llamar cosmovisión reche-mapuche. Resulta impresionante que la actividad de los linajes reche-mapuche hayan podido crear un cúmulo de saberes plegados en bloques de afectos y perceptos de tradición oral, incluidos en el mapuzungun y que aparecen en los sueños, pewma, pero asimismo en los nütram, descripción de sucesos verdaderos y especialmente en los epew, que son breves y encantadoras narraciones ficticias con rasgos, muchas veces, sobrenaturales. Y me interesa, sobre todo, la escatología de las cuatro dimensiones del mundo, expresada en el rewe y en el kultrung de las y los machi, expuesta en los prolijos estudios de Armando Marileo y Juan Ñankulef. Saberes, envueltos en afectos y perceptos, de una riqueza tal que todavía no podemos dimensionar y que podría beneficiarnos de una manera impensable, irradiando todos los aspectos de las relaciones sociales y de la noción que tenemos de la realidad y de la vida anímica, porque constituyen otro modo de ser, un ethos distinto, que a mi juicio implica la restitución de facultades olvidadas por nuestra civilización y ciertamente una metafísica más luminosa.

Pienso que tenemos todo esto al alcance de la mano porque hay, asimismo, un continente de expresiones de enorme esplendor manifestadas, tanto por la poesía mapuche femenina como por la masculina y suficientes estudios desde puntos de vista etnohistóricos y magníficas exposiciones de sabiduría ancestral, como los bellos libros de Ziley Mora. Tenemos la posibilidad de suturar heridas huidizas, recónditas fracturas de nuestra alma opacada, que nos sitúan en una potencia o voluntad de poder muy baja, condenados a ser, siempre, fuerzas puramente reactivas, si lo vemos desde Nietzsche, o simplemente si lo vemos tal como es, es decir una vida agotada, sin élan vital. Hay, ciertamente, aspectos soterrados del ser chileno que son como el escorpión de Mr. Arkadin, de Orson Welles, porque solamente sabemos picar y envenenar. Tenemos una fuerza descomunal que nunca cambia, que no se cambia a sí misma, una fuerza destructiva, una ponzoña que no se transmuta y se reproduce ilimitadamente y así, sin quererlo, hacemos sufrir y sufrimos. Yo por mi parte vivo mi existencia en un permanente devenir indígena. Diría que desde mi niñez, desde la época en que tuve deseos de fabricar arcos y flechas y de hacer ofrendas al mundo invisible.

2.     ¿Qué es lo que detona el acto de filmar? ¿Una idea, una figura, un aroma? Y, ¿qué es eso que eliges en este mundo lleno de imágenes, representaciones y reproducciones?

Cualquier suceso, por pequeño o imperceptible que sea, me puede capturar y de repente hechizar. No advierto otra palabra mejor que hechizar. Me veo entonces envuelto en contemplaciones de pequeños sucesos cuyo sentido ignoro, pero que empiezan a perpetuarse en mi ser y me impelen a sentirlos y a desearlos, cada vez con mayor intensidad. Quedo magnetizado, no advierto otra palabra mejor que magnetizado, es decir literalmente sustraído del mundo práctico, disponible para que esos fantasmas venidos de no sé donde revuelvan mi interior, hagan y deshagan, sacudan mis certezas sin miramientos y revelen de pasada algo que quizás me pertenece. Emergen, con innumerables máscaras, en sueños, ensoñaciones solares y lunares, en sensaciones viscerales, pero después de un gran esfuerzo logro identificarlos y ahí, en ese instante, hay solamente un pequeño trecho para concebir lo que ansío filmar.

Por el contrario, las imágenes hechas que colman, cada vez más nuestro horizonte, no representan una diferencia cualitativa con el mundo, por el contrario son únicamente su extensión cuantitativa porque reproducen lo existente, multiplican la trivialidad, creando la ilusión, el espejismo de una novedad. Por el contrario, me sustraigo sin querer, miro sin ver, no me detengo, paso, paso de largo.

3.     ¿Qué piensas sobre el hecho de que tanta gente tenga una cámara de alta definición en su teléfono celular? ¿Cambia la forma en la que nos relacionamos con las imágenes y con capturar el movimiento?

Todos los avances tecnológicos de celulares con cámaras de alta definición que permiten capturas de imágenes con movimiento sirven para lo mejor y para lo peor. Permiten, por un lado, simplificar procesos técnicos y de producción de películas y eso es loable, pero asimismo, y de un modo generalizado, constituyen una formidable herramienta para ampliar el espectro del control social de un poder difuso y acendrado, tal como lo concibió Deleuze. El ojo vigilante es ahora un ojo cosmológico, no aquel de Henry Miller, sino un ojo omnisciente e infinito de un dios policial, de un persecutor eterno, no un dioscuros, sino un dios oscuro instalado en nuestras neuronas.

La presencia masiva de celulares con cámaras HD implica, también, de manera creciente, la disociación de la vida que empieza a vivirse, o a morirse, de un modo autoescópico. Al parecer no hay aventura sin registro visual. Selfie, ergo zoom.

4.     ¿Conoces Instagram y Tik Tok? Si es así, ¿crees que estas aplicaciones han cambiado la forma en la que se entiende el cine?

No he tenido la oportunidad de conocer por mí mismo estas plataformas y aplicaciones, pero entiendo su propósito. Me parece que su incidencia actual con respecto al cine va en el mismo sentido que la industria de la entretención, que llama cine a una copia poco feliz del edén cinematográfico. La ceguera de todo copista es que no comprende que la creación es transmutación permanente y en lo absoluto aplicación de juicios que definirían el método de un autor.

 5.     Trabajas con tiempo, ¿cómo ha cambiado tu percepción del mismo desde el 18 de octubre de 2019?

Ciertamente el tiempo emerge cuando una situación me absorbe y me saca de mí centro, el tiempo me sacude, pero es otro tiempo el que me zarandea, no el tiempo cronológico y trivial de sucesos históricos, es el tiempo puro o virtual, el tiempo del pasado integral que me hace una invitación, a veces amable, a veces sumamente inquietante, a veces sumamente peligrosa. Y para encontrar ese tiempo hay que remontar el suceso histórico y hundirse en el espesor vertical del suceso como enseña tan sabiamente Péguy, para capturar ahí, en esas capas profundas, el “acontecimiento” verdadero y comprobar de qué modo me concierne.

Lo digo claramente: Me conciernen, de todas maneras los estallidos, no les hago el quite, les hago caso. También el presentimiento de los golpes, los que avisan y los que no avisan. También las explosiones, sobre todo las explosiones de alegría. Inevitablemente somos telúricos, mi termómetro de la actualidad está descompuesto, me fío, entonces, de sismógrafos que registran acontecimientos del subsuelo. Me interesan más las memorias del subsuelo, los extraños desplazamientos en el minche mapu, esa tierra de abajo, en las cuatro divisiones reche-mapuche del mundo. Lo siento mucho, soy un dostoyevskiano sin remedio. Estoy en otra parte, en la única parte en que puedo existir. Yo prefiero regalar la parte que me corresponde en la superficie terrestre. Ojo, la regalo, no la vendo.

6.     Tus padres eran escritores, ¿qué relación has tenido con la literatura y, en especial, con la poesía para componer tus películas?

Así es, el hecho que mis padres fueran escritores marcó mi vida y la de mis hermanos. La literatura es mucho más que leer o escribir libros, es una devoción, una forma de levitar, de estacionarse en la vida, es el asombro en persona, es la infancia al fin recuperada, como dijo maravillosamente Bataille.

7.     ¿Cómo te gustaría y cómo imaginas que será Chile en cincuenta años?

Ojalá en cincuenta años más perdure algo del Chile permanente que vislumbró Ruiz, donde transitan afectos endiablados y ferocidades sentimentales. Sí, que perdure ese Chile, raro, paradójico, que perdure pero habiendo expulsado, antes, la temible ponzoña, la implacable saña de sus fuerzas reactivas, y zurcido, finalmente, su gracioso cuerpo desmembrado. Y me imagino al país futuro, entonces, como fue entre los años cincuenta y sesenta del siglo xx. Me imagino al país futuro con mucho pasado, con Il Bosco y los bares y todos los hóspitos lugares nocturnos, de bote a bote, atestados de bebedores verborreicos y con los mismos mozos de trajes y maneras impecables y con los mismos poetas perplejos y pálidos, despertando súbitamente para declamar, en voz alta, sus memorias de ultratumba y con manadas de filósofos estoicos, epicúreos, peripatéticos y neoplatónicos, enfrascados en zumbantes pugnas sobre la emanación de la luz y el alma y con los mismos energúmenos rosqueros tapando bocas, peleando con su sombra, peleando con la nada. Me gustaría verlos a todos juntos, pero no revueltos, en un retorno glorioso de ese Chile glorioso.