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Los diarios de Lezama Lima

                                                                                                                                           


por Simón Villalobos Parada*

 

La cultura como voluptuosidad, lo contemporáneo como un espesor en que confluye toda las tradiciones de Occidente, América como el espacio abierto al contrapunto y enlace de todas las posibilidades y equivocaciones imaginadas por las metrópolis coloniales en un paisaje que las excede y refina. Son estas algunas de las ideas cuyo estudio, apuntes y merodeos podemos encontrar en los Diarios de José Lezama Lima, publicados por Montacerdos. Selección de anotaciones que orientan la experiencia lectora como fundamento vital. Quien busque en estos diarios detalles sentimentales, conflictos familiares, en fin, intimidades, no encontrará las anécdotas y confesiones de un cubano nacido en primer cuarto del siglo veinte, sino la prefiguración de esas emociones para novelas y poemas, su despegue hacia los ensayos en que se cuestiona el estatuto de lo real y el lugar de la imaginación como una especie de fiebre desbordada en el lenguaje, una indagación ilimitada.

En esta edición, la continuidad de los gestos cotidianos de lectura anotados por Lezama y su conexión con una obra —a la larga, la indistinta vivencia del pensamiento poético— es señalada por Ciro Bianchi, con una erudición en que se deja leer el entusiasmo. Este rastreo crítico hace de estos diarios un atractivo acceso al autor, a partir de sus fijaciones y objetos elementales, casi accidentes.

Sumado a ello, se anexa el “Asedio a Lezama Lima”, las entrevistas realizadas también por Bianchi, en que se puede escuchar a Lezama como hablando a oscuras —cavando, soplando bandejas que sostienen bastidores nuevos— y en que se adivina el progreso de su edad, la ironía o su cuerpo como el albergue agigantado de las constelaciones que propone, la vacilación de sus precursores o el humor con que lo solemne se desmantela o pasa por alto.

La actitud, la presencia imprescindible de José Lezama Lima ha ganado un lugar en la literatura, acertando lo infinito e incondicionado como símbolo perdurable y la afirmación arbitraria, aguda, lentamente elocuente e inesperada como reflejo del intelectual latinoamericano, sujeto que no accede a un espacio, sino que irrumpe, señala extensiones entre jerarquías abandonadas y afinidades, temperaturas, sonidos que se complementan.

Héctor Libertella habló de la risa del gordo para indicar la desenfada y activa tesitura crítica de Lezama, específicamente comenta el efecto inesperado, la energía impuesta, de sus rudimentarios estudios: “esos malogrados injertos de otras lenguas, esas imprecisiones cada que Lezama se enfrenta a información erudita de fuente europea, no parece sino mostrar un trabajo americano que digiere o tritura todas las especies universales para exhibirlas en la debilidad de su certeza, en la falsedad o distorsión de su imagen y en la burla pasajera que tiñe la risa en cuanto toca o lee”.

El proyecto lezamiano de leerlo todo para luego discutir en lengua materna las descripciones cambiantes que acomodan las fuentes filosóficas griegas, detalles epistolares del iluminismo francés o la orquestación impresionista, sin lugar a dudas, este deseo estuvo condicionado por los circuitos editoriales y culturales caribeños de mitad del siglo pasado, cuantiosamente más acotados —y sólidos— que los actuales. Pero en la obra de Lezama no hay lugar para el complejo o la condescendencia. Esta parcialidad de medios es inseparable del goce de trayectos e imbricaciones que despliega, acompasado a peculiares selecciones y énfasis desinhibidos de paternidad europea. En sus lecturas, el error que vuelve lo contemplado familiar o monstruoso lo aclimata a nuevas percepciones, inicia una deriva de su historia. Sus anotaciones “no son causas que engendran efectos, sino efectos que irradian causas”.

Valga como ejemplo un pasaje de los Diarios que comienza con la idea de la “Estética como Fisiología aplicada”, para luego recalar en las convolutas:

“unos pequeños vermes ciliados que viven en las playas, emergen de la arena cuando baja la marea, para enterrarse cuando la marea sube (…) Cuando se encuentran en un aquarium mantienen su ritmo de energía, lo cual hace pensar que las mareas ejercen influencias en la presión hidrostática que soporta el animal, el grado de iluminación y los cambios de temperatura” (102).

Y remata Lezama extrapolando, como un naturalista defensor del arraigo excepcional del gusto: “Lo anterior es un ejemplo de ritmo emocional”.

Publicar de estos Diarios en Chile —y por primera vez en Sudamérica— contrarresta un antiguo complejo, difunde la constancia de una meditada apropiación y expansión de lo universal, prismado desde un aquí y ahora inéditos, y provee elementos para una revisión más profunda de la narrativa y el pensamiento poético de José Lezama Lima y, a través de él, un acercamiento a la literatura cubana de su época.


*Simón Villalobos Parada (Santiago, 1980) es escritor, profesor universitario y doctor en Literatura. Es autor de Voca (Piedra de Sol, 2011) y Ninguna parte esta ceguera (Cuadro de Tiza, 2014). Participa del colectivo de escritores Traza.

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Entrevista al cineasta y narrador Carlos Araya

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Adolfo Mesías©

Carlos Araya es cineasta y escritor. Correalizó Propaganda y Dios, producidos por el colectivo MAFI (Mapa fílmico de un país) y dirigió el largometraje documental El viaje espacial, (Ganador de la competencia nacional de Fidocs 2019). Publicó la novela Ejercicios de encuadre (Cuneta, 2014), el libro de cuentos Historial de navegación (Alquimia, 2016) y la novela Población flotante (Emecé, 2020).

Conversamos con Carlos sobre su cine, su literatura y aquellas particularidades que definen tanto su modo de abordar la realidad. 

El viaje espacial se puede ver gratis en https://ondamedia.cl


1)    Pareciera —por tu cine y literatura— que te interesan más las historias laterales, lo no dicho, que el discurso de un protagonista con una obra en tres actos. ¿Por qué ocurre esto, si es que ocurre?


Me alegra poder moverme en el campo de juego, experimentar, enfrentar la imposición del conflicto central y cierto cine chileno que vi durante los años noventa. Federico Falco habla sobre la definición que hacía el guionista de Casablanca sobre la estructura clásica: subir a un personaje a un árbol, luego tirarle piedras y al final bajarlo. Podría ser más interesante nunca ver al personaje arriba del árbol y escuchar los piedrazos en fuera de campo, o no encontrar las piedras, o irse por las ramas de otro árbol. Me interesa jugar con la narrativa para explorar el espacio, el tiempo, los personajes y el tono. Me aburro con las tramas y los puntos de giro, no me acuerdo de las preguntas dramáticas. Aunque tengo esas herramientas guardadas en un kit de emergencias cuando hay terremotos.


2) ¿En qué detalles te fijas cuando ves una película como espectador? ¿Puedes ver una película sin analizarla?



Me fijo en la forma y el punto de vista, busco el pulso de la mano que organizó y le dio sentido a los materiales, espero que el cine me contagie una manera de mirar el mundo. Lamentablemente ya no puedo ver películas sin razonarlas, sueño con volver a ver La última película de Peter Bogdanovich sin tanta burocracia mental.


3)    Tu última película habla sobre paraderos de micro y tu última novela sobre las historias que se dan simultáneamente en un bus que viaja por el desierto ¿Qué tienen estos lugares de tránsito, tan impersonales, pero tan cargados de intensidad vital?


Hay lugares anestesiados por la rutina y cierta armonía del mundo, pero si uno se detiene y persiste en la mirada va descubriendo la respiración y la anomalía. A través de esos universos físicos, que han marcado algunas de mis experiencias vitales, pude acceder a zonas narrativas, frentes emocionales y líneas discursivas más profundas, lugares donde las hebras se dejan ver y uno las puede seguir. En El viaje espacial se produjeron conversaciones delirantes y genuinas que van desde el deseo de una señora que quiere ser gitana para ser libre hasta la ayuda que le prestan unos adolescentes a un músico haitiano perdido que intenta saber cómo llegar a Pudahuel, al que le ofrecen pasar la noche en un McDonalds o que se quede con ellos tomando vino. Algún día me gustaría adaptar mi última novela Población flotante en clave no ficción, hacer un diálogo entre el dispositivo y los posibles pasajeros de buses en el presente.


4)    Como nortino, ¿sientes que ese paisaje ha delineado tu lenguaje fílmico y literario?



Sí, los bloques de humo de la mina de Chuquicamata, la altura, el arsénico en el agua, el clima bipolar y la facilidad para perderse en el desierto no es gratis, el cuerpo guarda todo.  Aunque hay muchos más referentes operando, las películas que vi gracias al video club Cobra en la Polanco Nuño, la cinética del todocampista Ligua Puebla y la programación televisiva de los años noventa.


5)    ¿Podrías decir que buscas la belleza en tus obras?  Si no es así, ¿por dónde va tu búsqueda?


Busco hacer aparecer algo que no tenía espacio, hacer cuerpo algo que antes no tenía lugar, tratar de encontrar un lenguaje, preguntarse por la forma de representación. Ahí está lo poético y lo político creo. El placer de estar atento, de ir a buscar materiales, seleccionarlos, hacer, equivocarse y corregir, volver a intentar, buscar una manera, pensar un soporte y un lenguaje para que surja algo, volver a ver las cosas del mundo. La escritura o el registro audiovisual como la acupuntura, una tensión entre la fuerza de la mano y la resistencia de la piel, una síntesis que se da entre la intención de la creación y las formas en que se organiza lo real.


6)    ¿Cómo te gustaría y cómo imaginas que será Chile en cincuenta años?


 No tengo tanta imaginación, solo espero ver a mi hija viva con cincuenta y tres años, con una vida más justa y plena de la que vivieron sus abuelas. Ojalá Chile siga siendo un país absurdo, delirante y melancólico.